
Comenzar a practicar Yoga es una decisión que cambia para siempre la perspectiva sobre el cuerpo, la consciencia y la vida. Muchas veces las ganas y la curiosidad están, pero hay temores y mitos que retrasan o postergan de forma indefinida el primer paso. Revisa cuál es el «no» que aún te impide sumergirte en la práctica, convierte la excusa en motivación y cuéntame si hay alguno que falte en la lista.
- No soy flexible.
- No tengo fuerza ni agilidad.
- No comparto sus creencias religiosas.
- No puedo hacer las posturas.
- No puedo poner la mente en blanco.
- No tengo un cuerpo delgado.
- No tengo una dieta vegetariana.
- No tengo una vida saludable.
- No tengo mucho tiempo disponible.
1. No soy flexible

No necesitas ser flexible para practicar Yoga. Todo lo contrario: si sientes que te falta flexibilidad, entonces te vendría muy, muy bien comenzar a entrenar tu cuerpo a través de asanas (posturas de Yoga). Es como si te resistieras a visitar a tu dentista porque tienes caries, o evitar tomar una clase de cocina porque no sabes cocinar.
Me da la impresión de que esta idea de entender la flexibilidad como un requisito para practicar viene de la publicidad en torno al Yoga y su imagen en películas, teleseries y programas. Han mostrado por décadas solamente las posturas de apariencia complicada, ignorando muchas veces el entrenamiento y la preparación para construirlas, y transmiten erróneamente el mensaje de que Yoga = flexibilidad física.
Si comienzas a practicar conscientemente, poco a poco empezarás a sentir aquellas zonas que presentan menos movilidad, y con el tiempo y la práctica tu musculatura se volverá más elástica. También te darás cuenta de que la flexibilidad es distinta en cada segmento de tu cuerpo, y que el mundo no se divide entre «troncos» y contorsionistas.
Mi enfoque personal es ejercitar la flexibilidad por medio de una práctica digna, que considera un entrenamiento centrado en el presente, las sensaciones y las condiciones personales.
2. No tengo fuerza ni agilidad

Muy parecido al punto anterior: no necesitas ser «fuerte» ni ágil para comenzar. El entrenamiento a través de posturas y secuencias permite que vayas construyendo fuerza gradualmente, y que aprendas a mover tu cuerpo con gracia e intención.
¿Qué es ser «fuerte»? Muchas personas asocian la fuerza con brazos y piernas de grandes músculos, típicamente en un cuerpo masculino. Sin embargo, el volumen muscular no necesariamente equivale a tener fuerza. Con esto quiero decir que, de seguro, tus brazos y piernas ya tienen la fuerza suficiente para comenzar a practicar las posturas fundamentales. A través de un entrenamiento atento y regular, con el tiempo vas potenciando y expandiendo esa fuerza y experimentando de forma progresiva nuevos niveles de consciencia corporal.
3. No comparto sus creencias religiosas

No es necesario tener ninguna creencia religiosa particular para practicar, al menos en mis clases y en muchas otras. Si bien el Yoga tiene sus raíces en la religión hinduista, hoy en día existe un amplio espectro de enfoques en torno a su naturaleza religiosa, que abordan con mayor o menor cercanía sus fundamentos. No me parece constructivo (ni tampoco posible) forzar creencias espirituales sobre otras personas, por lo tanto no lo acepto sobre mí y aplico el mismo criterio con mis practicantes.
Si sigues algún sistema espiritual tradicional o personal, puedes preguntarte de qué manera integrarías la práctica de Yoga. Cuando observamos la espiritualidad con una visión que trasciende las diferencias en la forma, podemos ver que en el fondo todas aluden a algún tipo de unión, que es justamente lo que significa «yoga».
Según mi humilde y subjetiva visión, pienso que sí es necesario creer en la propia experiencia corporal. Para mí no hay nada más sagrado que percibir cómo ocurre la propia respiración, la forma en que la energía circula por mi cuerpo y el diálogo que establece mi corporalidad con el exterior y el interior a través de sentidos y sensaciones.
4. No puedo hacer las posturas

La práctica de posturas de Yoga es un verdadero arte que toma tiempo y paciencia, cuando se realiza desde la consciencia y la contemplación. Creo que un buen enfoque es intentar seguir las instrucciones lo mejor posible cada vez, con consciencia sobre lo que ocurre en el cuerpo y la mente, y orientar la atención hacia la experiencia corporal de realizar la postura, alejándonos de la imagen mental de cómo debería ser.
Desde esta perspectiva, mientras sigas los principios de una alineación segura y saludable, no interesa si las manos tocan o no los pies, si los talones llegan o no al suelo o si tu versión de la postura es diferente a la de la persona de al lado (o a quien guía la clase, o a la foto de Instagram, o a la de un gurú famoso).
No necesitamos impresionar a la persona del mat de al lado con nuestra postura, ni tampoco su validación para que sea valiosa.
Es muy enriquecedor practicar Yoga en grupo, porque el espacio colectivo permite sostener y contener el entrenamiento de todos y compartir las experiencias que surgen. Sin embargo, el camino del Yoga nace de la consciencia personal, y se basa en enfocar la atención en la propia experiencia. Por lo tanto, podemos aprovechar la instancia para darnos cuenta de que no necesitamos impresionar a la persona del mat de al lado con nuestra postura, ni tampoco su validación para que sea valiosa.
Es muy común que tengamos incorporada la idea de «logro» en nuestra consciencia (o en las profundidades del inconsciente): queremos fijar metas continuamente y cumplirlas para sentir el éxito. El Yoga abre la oportunidad de explorar la vida desde una visión complementaria: la contemplación del presente, para observar cómo se desenvuelve la vida alrededor y a través de la propia existencia.
En el contexto de las posturas, por ejemplo, esto significa que no poder tocar los pies con las manos forma parte de la experiencia actual, y por lo tanto dejamos de negarlo, lo aceptamos, y podemos modificar la postura (bajo la instrucción de quien guía) para aprovecharla de mejor manera y acceder a una consciencia más profunda.
5. No puedo poner la mente en blanco

No es necesario poner la mente en blanco para practicar. Durante las primeras etapas de la práctica de posturas de Yoga (yo diría al menos los primeros 5 años), la mente va a tener un montón de información para entretenerse: la posición de la cabeza en relación al corazón, los cambios de temperatura y sensibilidad en la piel y en el interior, la ubicación de manos y pies, la distribución del peso entre los apoyos, la acción de la columna, el reparto del esfuerzo, la dirección de la coronilla y de los talones, la intención del pecho, y decenas de otras señales.
De forma transversal a estos estímulos, la mente va a buscar un foco fundamental, tanto en posturas estáticas como en secuencias dinámicas: la respiración. El proceso respiratorio es abundante en sensaciones, afecta directa e indirectamente todos los segmentos corporales, ocurre de manera permanente y puede ser modificado a voluntad.
Por lo tanto, creo que no es necesario (ni útil) intentar forzar la mente hacia la «blancura». El ejercicio mismo de llevar la mente al cuerpo es lo que permite darle un descanso.
6. No tengo un cuerpo delgado


No necesitas tener ningún tipo especial de cuerpo para practicar Yoga. Es común pensar que tener un cuerpo «delgado» es requisito para entrenar las posturas, tal vez porque muchas personas que han practicado por varios años han logrado armonizar su peso (que no necesariamente significa lograr una contextura delgada, ya que esto depende de un montón de factores, como la constitución corporal y la genética).
Lo que sí requieres es prestar atención a las condiciones actuales de tu corporalidad y adaptar la práctica de forma apropiada. Es muy importante, por ejemplo, cuidar todas las articulaciones. Por lo tanto, independiente de tu peso, es crucial adecuar las posturas individualmente para que se construyan desde la alineación de los huesos y la sinergia muscular, y no desde el estrés articular.
7. No tengo una dieta vegetariana

No es requisito tener ningún tipo de dieta para comenzar a practicar. Es cierto que ciertos textos clásicos del Yoga, como el Hatha Yoga Pradipika, indican en detalle los alimentos permitidos y prohibidos en la dieta de un yogi. Sin embargo, en el mismo escrito se menciona, por ejemplo, la necesidad de practicar en un espacio solitario, retirado y «sin ventanas». Creo que es importante contextualizar los textos fundacionales temporal, geográfica y culturalmente, y tomarlos como una inspiración para la práctica personal en lugar de convertir sus reglas en el credo personal.
Según mi experiencia como practicante y profesor, lo que suele pasar en muchos casos es que, durante el proceso de la práctica, se desarrolla (o tal vez, se recupera) una sensibilidad consciente sobre los alimentos que ingerimos. Surge una intuición corporal, que se conecta con lo que el propio cuerpo requiere y ayuda a discernir desde sus necesidades. Se vuelve más fácil identificar qué comida nos hace bien, nos aporta energía y nos hace sentir vitalidad. Podemos aprovechar estas sensaciones para hacer ajustes en nuestro consumo y reducir o evitar lo que nos causa malestar, pesadez o desgaste, o transformar los hábitos alimenticios perjudiciales.
8. No tengo una vida saludable

No necesitas tener ningún estilo de vida específico para comenzar a practicar, mientras respetes el de quienes practican contigo. Como el caso de la alimentación, es frecuente que al practicar vayas adquiriendo una nueva consciencia sobre tus hábitos en general. Esta forma atenta de observar tu propia vida nace, en parte, de la recuperación de la sensibilidad del cuerpo, y la integración de la mente a las acciones corporales.
Además de hacer más consciente tu alimentación, también te das cuenta de tus patrones de sueño, de las actividades que consumen en exceso tu energía física y emocional, y aquellas que la nutren y la armonizan. La práctica te da la oportunidad de pensar qué significa para ti tener una vida saludable, y tomar los pasos para hacerla realidad.
9. No tengo mucho tiempo disponible

No necesitas emplear demasiado tiempo en la semana para practicar, a menos que quieras. Hoy en día hay muchos espacios para practicar Yoga, por lo que es cada vez más fácil encontrar un lugar en el camino al hogar o al trabajo. Lo que puede ser más complicado es dejar que la práctica forme parte de la rutina.
Las clases de Yoga actualmente varían su duración entre 45 minutos y 2 horas o más. Para entrenar la voluntad y desarrollar regularidad, recomiendo comenzar a practicar al menos 2 veces por semana. Es verdad que ese tiempo podrías dedicarlo a otras actividades o encuentros (o a navegar y perderte en el infinito mar de las redes sociales), pero puedes tomarlo como un espacio para encontrarte con tu propio ser y profundizar la relación que tienes contigo y con tu cuerpo.
Si te parece muy extraño dejar un espacio en la semana para tu propio cultivo personal, entonces definitivamente te haría muy bien hacerlo.
Exploración, perspectiva, adaptación y consciencia
En resumen, para comenzar a practicar Yoga requieres muy poco. Necesitas tener la curiosidad de explorar la relación entre el cuerpo y la mente desde una perspectiva amable y no forzada, abrirte a tomar una perspectiva centrada en tu experiencia personal, adaptar la práctica a tus condiciones actuales y entrenar conscientemente desde ellas abordando tus límites con respeto.
Imersión en Yoga: práctica desde cero

Si quieres entrar al Yoga a través de una práctica consciente, sostenible y digna, te invito a sumarte al ciclo de Inmersión en Yoga que estaré entregando en junio. Será un programa de 4 sesiones orientado especialmente a personas sin experiencia, donde dialogaremos sobre los fundamentos del Yoga y los pondremos en práctica gradualmente a través de posturas, respiración y meditación.